(8) La visita a los enfermos
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La Visita a los enfermos y los lazarillos de la Eucaristía:
Juancito recordaba la visita que había hecho cuando había acompañado a mamá Carmen. Y recordaba que había sido bonito, aunque se había cansado, porque fueron doce casas las que visitaron ese día.
Ahora, e párroco, en la misa, estaba hablando del gran trabajo que hacían las ministras de la Eucaristía y que no tenía ni pago, ni recompensa material, ni nada que lograra compensar su ministerio de amor.
-- ¿Sabe, qué? – dijo el párroco en la misa -- ¡cómo no estar agradecido de estas señoras, mayores todas, y enfermas con sus achaques, que todos los domingos, al terminar la misa van a llevar la comunión! ¡Se van hasta sin desayuno, y algunas, sin ni siquiera haber tomado café! ¡Algunas llevan 7, otras 4, otras 6 comuniones! ¡Y, van regresando a sus casas después del mediodía, todas cansadas y agotadas, por la caminata y por el sol, pero contentas porque llevan la alegría del Cuerpo de Cristo a otras personas que están mayores, y a veces, tan mayores como ellas mismas! ¡Es un trabajo admirable y respetuoso! ¡Eso si que es un gran apostolado! – dijo el párroco.
Juancito miraba con ternura y con admiración a mamá Carmen, porque ella pertenecía a ese grupito de señoras que hacían ese trabajo. Y, Juancito, que había tenido la bonita experiencia de acompañar a abuela mamá Carmen, se sentía emocionado de escuchar al párroco. Juancito entendía de qué hablaba el padre ese día. Él sabía de lo que se trataba.
El párroco habló de formar una especie de grupo con los jóvenes que se llamara “Los lazarillos de la Eucaristía”. Y dijo que “Lazarillo” era un muchacho que acompañaba a un ciego, y dijo de un libro que se llamaba “Lazarillo de Tormes”, y empezó a contar que era un libro donde se relataba las aventuras de un ciego que era muy pícaro y bribón, y que el muchachito lo acompañaba….y que también a los perros que entrenaban para guiar a los ciegos, también eran llamados Lazarillos….Y que, tomando esa idea de ser muchacho de guía y de acompañamiento, se podría crear en la parroquia un grupo de jóvenes que hicieran la tarea de acompañar a las señoras que llevaban la comunión a los enfermos.
Juancito se imaginaba ir acompañado también de un perrito juguetón y acompañando a la abuela. Juancito pensaba que cansaba mucho, porque ese día habían ido a visitar doce enfermos, y siempre el padre decía y hacía lo mismo. En todo caso, Juancito estaba muy atento, y parecía que entendía al párroco. Pero, de anotarse en ese grupo, él no iba a ir todos los domingos, sino unos domingos, sí; y, otros, no. Además, ¿cómo iba a hacer para comerse las empanadas que hacía la señora María? Se las podía comer después. Pero lo sabroso de las empanadas estaba en que eran justo después de salir de la misa, y tenían que ser calientes y recién hechas. Comer unas empanadas frías, no sabía igual, aunque fuese la misma empanada de la misma señora María. Los dedos se chupaban porque las empanadas estaban recién hechas y botaban un aceite muy rico y sabroso. Comérselas después, no era igual. Por eso, Juancito, no se anotaba en el grupo que estaba diciendo el padre. Las empanadas que hacía la señora María, eran sabrosas porque eran en domingo y después de misa, y porque eran calientes y porque eran sabrosas. Juancito tenía todos esos elementos para no tener que cambiar su rutina dominical. Y, si era bonito acompañar a mamá Carmen; pero, era más sabroso las empanadas. Así, que no había discusión. No se iba a anotar, aunque quisiera, pues la idea era para los muchachos más grandes, y él, todavía estaba muy pequeño.
Y el párroco seguía exponiendo la idea del proyecto de los lazarillos de la Eucaristía. Sin duda, que estaba hablando de jóvenes que se enamoraran de esa experiencia y de esa actividad, buscando, en cierta manera, generación de relevo en la continuidad. Pero nadie se apuntaba, ni siquiera uno, como lazarillo. Unas señoras se ofrecieron, y de vez en cuando, acompañaban a la señora Francisca. Pero, de vez en cuando.
-- ¿Y, si el párroco diera empanadas? – se preguntaba Juancito.
-- ¿Y, si en las casas de los enfermos hubiesen dado empanadas? El párroco siguió diciendo que lo que hacían las señoras ministras extraordinarias, eso si era un gran apostolado. Eso si exige un sacrificio y es pensar en los demás, en los más viejitos y enfermos, que era dedicar tiempo personal en la apertura hacia el otro, hacia el mas sufrido…
Al terminar la misa, ya Juancito y Pedrito, estaban en la esquina, donde la señora María, la que hacía unas….los dedos…
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