(9) Los colores litúrgicos
(9)
Los colores litúrgicos:
-- ¿Por qué el padre se pone la ropa de la misa de color morado, abuela? – preguntó una vez Pedrito preguntón. Y con ello parecía que iban a comenzar las sesiones de las preguntas de Pedrito, aunque ya había hecho algunas. Ahora parecía que estaba entrando en una nueva dimensión. Tal vez su cerebro obedecía a una nueva etapa de su crecimiento, y a algunas cosas, empezaba a ponerlas en cuestionamiento. Eso era muy bueno, pues gracias a la pregunta se aprende, y gracias al cuestionarse sobre las cosas es que existe conocimiento, y gracias a la pregunta es que existe la sorpresa y la admiración. Nada será nuevo si no existe el hecho de preguntar. Juancito todavía no se hallaba en esa etapa. Pedrito, por el contrario, empezaba al eterno por qué de las cosas, muy distinto del por qué que hacen los niños a los cuatro años, ya que a esa edad, todo es un eterno acumular de mundo nuevo; mientras que por el qué de los de Pedrito, eran de los que lleva a tener criterios propios y juicios individuales. De manera que si antes aprendía que la silla era silla y que el sol era el sol; ahora, la silla llevaba otro cuestionamiento, y era que por qué no se podría llamar sillón; y el sol, por qué no otro nombre y qué significaba que fuera el centro de una constelación o algo parecido. Sin duda, que las preguntas de Pedrito empezaban a darle sentido crítico a sus mundos mentales, sociales, culturales.
Así, todos los años se utilizaban los mismos colores litúrgicos repetidamente, y Pedrito había escuchado, que el color morado se usaba en Adviento y en Cuaresma, y que el blanco en Pascua, tanto de Navidad como después Semana Santa. Ya lo sabía. Ya se lo habían dicho. Eso había aprendido. Y con toda seguridad habría preguntado esa diferencia. Pero, ahora, volvía a preguntar, y ya no era la diferencia de por qué en un tiempo determinado color, y otro, en otro; sino, ahora, era el significado y su importancia.
-- Mamá abuela – había dicho Pedrito – ¿Por qué el padre se pone la ropa de la misa de color morado?
---Porque significa penitencia, arrepentimiento, sacrificio y tiempo de preparación para el tiempo especial de la Semana Santa – le había contestado mamá abuela. Con ello, la abuela mamá Carmen le explicaba a Pedrito un poco la campaña de la Iglesia, que es de penitencia-
-- ¿Por eso es que hay que confesarse, abuela?—preguntó Pedrito.
-- Sí, Pedrito – siguió contestando mamá abuela, con mucho cariño, las inquietudes de su nieto.
-- ¿O, sea, que sólo en Cuaresma hay que confesarse? – siguió el cuestionamiento el muchachito preguntón.
-- Se puede uno confesar siempre, Pedrito. Siempre – iba diciendo la abuela, en su tarea de madre, pero con la experiencia de abuela, y con la metodología de catequista.
-- ¿Y, un padre cuando confiesa tiene que ponerse la estola de color morado, porque el morado es señal de confesión y de arrepentimiento? – dijo, ya un poco más inquieto Pedrito, que seguía con atención las respuestas de la abuela. Tal vez, la mente y el cerebro relacionarían ese color con esa campaña fuerte en tiempos especiales. Pedrito preguntó eso mismo a mamá Carmen, y también, le preguntó a la catequista, y ellas con sus conocimientos de catequistas habían instruido su inquietud.
-- ¿Y, cuándo se usan el color blanco, y el color verde, mamá Carmen? – y Pedrito estaba adentrándose en caminos profundos y de gran significado.
-- ¡El Jueves Santo, hijo! – dijo la abuela – El Jueves Santo, se usa el color blanco – dijo la abuela.
-- ¡Pero, también el Sábado Santo, abuela! – porque yo me acuerdo, abuela – siguió Pedrito en una conversación franca y directa con la abuela mamá Carmen.
-- ¿Y, el verde, abuela?
-- Todos los días, Pedtiro. Todos los días. Y, mamá Carmen siguió con toda la paciencia de abuela, explicándole a Pedrito los colores litúrgicos, como el blanco, y el rojo y el verde; quedando bien demarcado que el color blanco representaba la resurrección; el verde, la esperanza, o la fe. Y el rojo, el color de la sangre de los mártires. También se usaba el color rojo en el domingo de Ramos y el Viernes Santo, al representar la sangre derramada por Jesucristo en el misterio de amor de Dios por la humanidad.
Pedrito estaba viviendo una nueva etapa. Se hallaba en ese trance de entre dejar la niñez y empezar la juventud. Era una edad, tal vez, difícil, pero envidiable y hermosa. Tan sabia es la naturaleza que tiene todos sus procesos y pasos evolutivos en crecimiento individual, que la hacen mágica y soñadora, al mismo tiempo. Eso incluía el que se pusiera preguntón, apodo que ya le era característico desde pequeño.
-- ¿Por qué?
Los por qué que abren camino y que ayudan a encontrar.
Los por qué a lo que se dejaba y a lo que se avecinara.
Los por qué que darían incomodidad, pero que eran y son necesarios en el proceso de crecimiento. Y, todo ello, de manera individual. Cada por qué, distintos de otros; y cada respuesta distintas de otras. Misterio hermoso de la vida que hace vigente la individualidad. Pedrito empezaba a vivir esa infranqueable frontera, peligrosa, para algunos, pero enriquecedora para cada cual, en su momento. Había una ventaja para Pedrito, pero no era una garantía, en todo caso, y era el haber tenido buenas bases en la familia. Las bases estaban. Pero cada uno es cada uno, y Pedrito, no era la diferencia, y tampoco era la garantía, porque las cosas suceden como suceden, y las estadísticas no siempre son lógicas en lo afectivo y emocional. Tal vez, Pedrito, sería la confirmación de la regla, o su excepción. ¡Qué delicado resultaba, entonces, la difícil tarea de la educación! La abuela mamá Carmen sabía eso. Gracias a Dios y a la Virgen, que había tenido mucho acierto con sus propios hijos. Habían resultado de bien. Tal vez, sus dos nietos consentidos, comelones de empanadas de las de María, la de esquina, fueran la confirmación de su amor y afecto de madre y de abuela. 0, ¿serían las empanadas de María, la de la esquina, la que con su sazón y condimentos familiares habían hecho que los hijos de mamá Carmen, salieran como salieron? Si era así, y si ese era el elemento, entonces, sus dos nietos, saldrían de buenos sentimientos y buenos ciudadanos, porque para comer empanadas, pero de las de María, la de esquina, estaban hechos y mandados a hacer. Eran de buen apetito los dos muchachitos…
Pedrito empezaba a ser preguntón. La edad lo llevaba a eso. Tal vez, también un poco rebelde, y quizás, empezaba a llevarle la contraria a mamá abuela. Juancito, andaba por otros mundos, porque era otra su edad; además, era el más pequeño, y en cierta manera, un poco más consentido. Eso mismo, empezaba a ser la diferencia entre los dos, y Pedrito estaba comenzando a sentirse que ya no era el preferido. La crisis de la edad, tal vez.
El párroco seguía usando, en esos días, el color morado. Era Cuaresma.
Comentarios
Publicar un comentario