(2) La adoración del Santísimo
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LA ADORACIÓN DEL SANTSIMO:
Ahí estaban Juancito reilón y Pedrito preguntón, en la Iglesia parroquial, en la adoración del Santísimo. Venían a acompañar a la abuela, mamá Carmen, que venía también los jueves a la adoración. Algunas veces, a la abuela, le tocaba dirigir las oraciones de algún que otro jueves.
Los que estaban en la oración de ese jueves en concreto, estaban cantando: “Alabanzas, alabanzas, alabanzas, a mi Señor”. Y se oía muy bonito. Las señoras cantaban muy bien entonadas, y algunas cerraban los ojos para ayudar a su concentración en momento tan sublime y especial, y con ello, tributaban mayor alabanzas en sus corazones, en el encuentro con el Pan de la Eucaristía.
Juancito reilón y Pedrito preguntón, también cantaban. Y, a pesar de que no cerraban los ojos, no dejaban de mirar el sagrario, porque sabían que esa era el misterio de la fe de la Iglesia, al que estaban adorando. Sus tonos de voces infantiles sobresalían en aquel coro de voces de gente mayor, tal vez ronca, como es ronca la voz de una persona que ha vivido muchos años. En los corazoncitos de aquel par de muchachitos comenzaba a sentirse el dulce embelezo del amor por lo grande, y miraban con mucho respeto, y con algo de enamoramiento la cajita de color dorado donde se hallaba la hostia consagrada, y que les indicaba, según le habían enseñado, que se trataba de la presencia real del Cuerpo de Cristo. Todo aquello les despertaba un respeto silencioso y majestuoso.
-- ¡Bendito y adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar! – se oyó decir de la persona que estaba dirigiendo la oración.
-- ¡Sea por siempre, bendito y adorado -- fue, en coro, la contestación de todos los que estaban presentes en ese momento del jueves.
Pedrito y Juancito estaban y se hallaban muy atentos. No cerraban los ojos; mas bien, los abrían más, porque a esa edad de niño, todo es novedoso y nuevo, y los ojos se abren un poco más de la cuenta, porque el cerebro está almacenando toda la información de su entorno, y al abrirse más de lo normal, se está grabando cada uno y todos los detalles de su alrededor. En eso consiste el aprendizaje, y ellos estaban aprendiendo mucho, y sobre todo, de cosas de piedad y de fe, tan necesarios y útiles para cuando fueran mayores en la toma de conciencia de buenos criterios y de mejores decisiones. En eso consistía la gran tarea de la abuela, mamá Carmen, que a pesar de no saber todas estas cosas de psicología, estaba siendo la gran psicóloga y maestra de aquel par de nietos, que tenía a su cuidado desde hacía algunos días.
Rezaban, ahora, un Padrenuestro, y estaban encomendando a todos los enfermos, y en ese momento habían nombrado a ma’e Juanita, la vecina, que se hallaba enferma. Pedrito preguntón y Juancito reilón conocían a ma’e Juanita, que era una señora muy simpática, y que algunas veces les regalaba chocolates. En ese momento, los dos, cerraron instintivamente y con fuerza sus ojos, como para hacer más intensa la oración de salud por ma’e Juanita. Aunque no se sabía, si porque se mejorara pronto, o porque para que les diera los chocolates, que tenía tiempo, como tres semanas, que no les daba. El caso es que cerraron los ojos para hacer más sentida la oración.
Los dos nietos de mamá Carmen, además de la misa del domingo, gustaban mucho de ir los jueves a la oración de Adoración del Santísimo. Sentían que esos cuarenta y cinco minutos, eran unos minutos muy bonitos. Se pasaban muy rápidos. Se cantaba, se rezaba, se nombraba a los enfermos, y se pedía por todos los sacerdotes, y también por su párroco, y por los párrocos de las otras parroquias de la ciudad. Se pedía porque la gente no pasara hambre, también porque las familias estuvieran unidas y que los esposos se quisieran mucho. Y, cuando llegaban a esa parte, Juancito y Pedrito, reilón el uno y preguntón el otro, juntaban sus manos y pensaban en su papá y en su mamá para que se amaran siempre y se dieran muchos besitos, y que ganaran buen dinero, para que les dieran todo lo necesario. Su papá y su mamá venían todas las tardes, al caer el día, a casa de mamá Carmen, al terminar sus respectivos trabajos, y compartían mucho, y cenaban juntos, y les ayudaban a hacer las tareas, y veían televisión juntos, y al día siguiente los llevaban al colegio. Tal vez, por eso y por mucho, los jueves de la adoración del Santísimo eran para Pedrito y Juancito, un día muy especial, porque se acordaban de cosas bonitas, y sentían que amaban de manera muy bonita y cariñosa a ma’e Juanita, y a los enfermos, y sentían un gran amor por papá y por mamá; y también al párroco y a todos los otros párrocos, y mucho más al Papa, allá en Roma, porque también se rezaba por él, y por toda la Iglesia.
En ese ratico, resonó en todo el templo parroquial el Tantum ergo, Sacramentum, venermur cernui. Se hacía el canto en latín, y eso cantado así, le daba al ambiente una especial gracia de solemnidad. Ya se estaba terminando la adoración y estaban recitando los cantos y oraciones finales. Todos se pusieron de rodillas. El momento era solemne y todo invitaba a un mayor recogimiento. Pedrito y Juancito no se sabían ese canto, pero trataban de memorizarlo, y hacían el esfuerzo mental de escuchar cómo era que se decía. Lo que sí se habían aprendido era la melodía, y la tarareaban en voz baja.
¡Qué bonito se sentía!
¡Cuanta dulzura en el corazón de todos los que estaban de rodillas adorando aquel misterio de fe de la Iglesia!
¡Que bonito eran los jueves de adoración del Santísimo!
En ese instante Juancito sintió un beso en la mejilla derecha. Ya se había terminado la adoración, y ahora se estaban dando la paz. Era doña Juliana que le daba un beso de paz al pequeño nieto de mamá Carmen. Mientras que Pedrito iba de puesto en puesto abrazando, de uno por uno, a todos los que estaban en el lugar, porque les estaba dando la paz….fruto de la experiencia del encuentro con el Sacramento de la Eucaristía, pan de vida, y salvación de los hombres, en el Santísimo Sacramento del Altar.
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