(5) los viacrucis de los viernes
(5)
Los vía crucis de los viernes:
-- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…
-- Que por tu santa Cruz redimiste al mundo…
Se oía en un grupo de veinticinco personas que ahora estaban realizando la bonita experiencia del vía crucis. Juancito reilón y Pedrito preguntón también estaban haciendo esa experiencia religiosa y piadosa. Iban todos por la tercera estación, y en las paredes del templo, en unos cuadritos estaban representadas todas las estaciones, en un orden numérico ascendente. En cada estación se enunciaba el momento de Jesús en el camino al Calvario, del Viernes Santo. Los dos muchachitos iban pendientes de cada figura representada del momento histórico de Jesús en su pasión. Dos señoras llevaban dos cirios encendidos al lado de la otra señora que llevaba la cruz de madera, y una cuarta señora leía la estación y hacía todas las oraciones. En cada estación se cambiaba de lector. Había también algunos jóvenes.
Juancito y Pedtiro, a medida que iban avanzando iban imaginando todo el recorrido de Jesús cargando su cruz. Se imaginaban todo el sufrimiento y toda esa gente alrededor de Jesús, algunos burlándose, otros gritando y vociferando cosas feas al hombre que sufriendo llevaba la cruz. Se imaginaban la corona de espinas que le habían colocado en la cabeza, y cómo debería de haber dolido, al igual que todo el sangramiento que aquello debió haberle producido. Se imaginaban a un hombre semidesnudo y de pelo largo, con una barba un poco poblada, con una mirada sufrida por el peso de la cruz y por la situación de aquella escena de dolor y sufrimiento, pero con una mirada dulce y tierna. Pero no una mirada dulzona, sino tierna y firme, a la vez. Se imaginaban una cruz muy pesada y hecha de una madera rústica y sin acabado. Los soldados iban dándole gritos y muchos latigazos. Lo imaginaban como lo presentaban en las películas.
-- Cuarta estación – dijo en ese momento la señora que cambiaba y tomaba el librito donde estaban todas las estaciones del vía crucis.
-- Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…
Y todos se arrodillaban en ese momento, como lo manda el ritual, en señal de veneración por tan doloroso escenario del misterio de la salvación, realizado en ese momento histórico de la humanidad y del cristianismo. Las mismas señoras que cargaban la cruz y los cirios seguían llevando cada una lo suyo en ese acto religioso. La señora encargada de buscar nuevos lectores para la siguiente estación le decía a uno y a otro que hiciera la próxima estación. Cuando se terminaba una estación y se pasaba a la otra, todos cantaban: “Perdona a tu pueblo, Señor; perdona a tu pueblo”.
Así fueron haciendo todo el viacrucis. Era un experiencia bonita, sobre todo porque ayudaba a imaginar todo el recorrido de la pasión de Cristo. Pedrito quería leer y hacer una estación, pero la señora encargada no le decía nada. Pero, Pedrito se había prometido que para la próxima semana le iba a decir a la señora que él sabía leer y que le dejara hacer una estación. Que le dejara hacer la que dice que Jesús cae por tercera vez. Tal vez, porque se imaginaba que la cruz a Jesús le pesaba mucho, y que ya estaría muy agotado y cansado del camino y de la burla y que sudaba mucho por el cansancio. Entonces, quería decirle a Jesús, yo te ayudo un poquito, pero un poquito solamente, porque esa cruz debe pesar mucho, y que él era un niño y no tenía mucha fuerza para llevar una cruz tan grande y pesada. Juancito, mientras tanto, estaba atento de uno de los cirios que llevaba una señora, y que estaba a punto de apagarse.
Todo avanzaba. Llegaron a la décima cuarta estación, donde se decía que a Jesús lo habían colocado en el sepulcro. Ya había muerto, ya lo habían clavado en la cruz. Ahora, se daban la paz, porque ya se había terminado todo el recorrido, y las señoras de los cirios y la señora de la cruz se disponían a llevar las cosas a sus lugares.
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