Pedrito pregunton y Juancito reilon

 TÍTULO:

Pedrito preguntón y Juancito reilón

Escrito en marzo del 2016

Autor: Daniel Albarrán


(1)


El milagro en la Eucaristía:


            Conversaban Pedrito preguntón y Juancito reilón. Acababan de salir de la misa del domingo,  e iban caminando al puesto de empanadas, donde María la de la esquina, que hacía unas empanadas para chuparse los dedos.

-- ¿Cómo es eso, Juancito?, preguntó Pedrito preguntón.

            -- ¿Eso de qué? Preguntó Juancito reilón, que a pesar que siempre reía, también preguntaba.

            -- Pues, de eso que habló el cura en la Iglesia… dijo Pedrito.

            -- Ahhhhhh……. Eso lo del milagro…. Dijo Juancito reilón.

            -- Si…..siiiii…. ya sé….ya sé…..volvió a decir Juancito, antes de que Pedrito le tomara la delantera en la respuesta, como hacen los niños en una competencia de saber un niño más que el otro…en esa bonita faceta que tiene la naturaleza del crecimiento de los niños.

            -- ¡El padre habló de la carestía….! --- dijo Pedrito…

            Juancito reilón carraspeó e hizo un ademán de confusión, pues, aunque le sonaba que era algo de eso que acababa de decir Pedrito, no era como lo decía…

            -- Carestía….no, Pedrito…. Dijo Juancito reaccionando, pero con algo de confusión.

            -- ¿Entonces, de qué era, pues? – preguntó Pedro, poniéndose rojo de la pena, al sentir que su hermanito le corregía. Pero, Juancito, tampoco estaba seguro, y no supo contestar, pues también el había oído hablar de algo de la carestía. Y la confusión era justa porque no habían oído hablar de precios, ni de costos, ni de dinero, ni de nada de esos temas, que son propios de la economía.

            Mamá Carmen, que era la abuela de Pedrito preguntón y Juancito reilón, iba atenta a la conversación que llevaban los dos pequeños. Todos los domingos iban a la misa de las ocho de la mañana, y les gustaba, tanto a la abuela, como a los dos  muchachitos. La abuela cantaba muy bonito y su voz sobresalía en los cantos de los domingos, y era hermoso cuando mamá Carmen decía en su voz melodiosa “Tú, has venido a la orilla… no has buscado ni a sabios, ni a ricos…. Señor, has venido a la orilla…”. Los dos pequeños también cantaban, esa y todas las otras canciones que cantaba la abuela en la Iglesia, todos los domingos, y hacían alarde de cantar uno mejor que el otro. Y, cuando en la misa se rezaba el Gloria, el Credo y el Padrenuestro, los dos lo hacían en voz alta, como para demostrarse el uno al otro, que cada uno se sabía muy bien las oraciones. Y no se podían dejar ganar. Y se sentían grandes.

            El párroco había hablado ese día de la Eucaristía. Había dicho que toda la vida de Jesús, su mensaje y su palabra, y toda su acción era en función de quedarse sacramentalmente en la Eucaristía, para ser alimento y vida de la humanidad. Y, que toda la Biblia está en función de ese gran misterio de amor. Por eso, Jesús, había fundado la Iglesia, y le había dado ese mandato, el día de Jueves Santo: de celebrar esa última Cena, en conmemoración suya. Y, en donde la clave de esa cena, era la pasión y muerte de Jesús. Todo en función de la vida para los hombres, en clave de resurrección. La cruz es el elemento fundamental. Y la cruz en sentido de proyecto querido por Dios. Y, el párroco había dicho que visto de esa manera, la cruz no era una casualidad, ni un accidente en la vida. Porque de ser un accidente, o un fracaso de la vida, el vivir sería un sin sentido, sobre todo en el dolor y el sufrimiento. Mientras que cuando la sin razón de la vida, con sufrimiento, dolor y muerte y todo, es visto como un proyecto de Dios para la humanidad, entonces, la vida adquiere un nuevo sentido. Y ese es el milagro de la Eucaristía. En hacer que la vida recobre su sentido. Todo en clave de resurrección. Pero sin quitar la cruz. Y, que por el contrario, sin cruz no hay resurrección. Ese es el milagro de la Eucaristía: hacer que lo accidentado de la vida, se vea, desde la dimensión de la fe, como proyecto de Dios. Pero, en sentido de misterio. Es decir, que así lo quiere Dios. Y el hijo, Jesucristo, así lo realiza. Y, por eso, muere en la cruz.

            Pedrito preguntón y Juancito reilón, se llevaban dos años de diferencia. Pedrito tenía once años, y Juancito, nueve. Y, si Pedrito, cuando jugaban metía un gol; Juancito, buscaba meter dos goles; entonces, Pedrito, buscaba meter tres. Si Juancito se bañaba en la mañana de los domingos para ir a Misa con la abuela mamá Carmen, entonces, Pedrito también se bañaba, y se peinaba con más esmero. Si Pedrito cantaba en la misa; Juancito, también se sabía las canciones. Si Juancito saludaba a las señoras amigas de mamá Carmen, entonces, Juancito, les daba la mano a todas, y les daba un besito. Por eso, era que uno y otro estaban atentos a la misa. Porque si uno sabía, el otro también sabía; o tal vez, sabía más. Y se generaba la competencia, que es tan sabia y necesaria en el crecimiento.

            --- ¡No….. el padre no habló de la carestía…!. dijo Juancito refutando a su hermano mayor.

            -- ¡El padre habló de la Eucaristía…! siguió argumentando Juancito, que esta vez, le llevaba una ventaja auditiva a Pedrito preguntón, y que empezaba a entender que su hermanito le estaba ganando. Pero no estaba seguro, en todo caso.

            -- ¡Eu….Eu….Eu…..! … insistía Juancito en la pronunciación, llevándole ventaja a Pedrito.

            -- ¡Eu… Eu….caristía! … le pronunciaba repetidamente Juancito a Pedrito.


            Mamá Carmen simplemente los miraba. Y se sentía orgullosa de sus dos nietos, que le daban la alegría de acompañarla y la hacían sentir la abuela más bendecida del mundo, porque, además de que eran hermosos los dos muchachitos, eran inteligentes y prestaban atención a la misa. Eso la engrandecían a ella y le daba un no sé qué de importancia…. ¡Qué lindos mis muchachitos -- se decía ella en su orgullo de madre y de abuela…-- ¡Qué lindos! ¡Dios me los bendiga!----- Y los miraba con ganas de apapacharlos y darles muchos-muchos-muchos besitos….!Y, había que ver cómo los quería mamá Carmen!

           

            El párroco había hablado del auténtico milagro de la Eucaristía. Y había desvirtuado el común sentir de muchos cuando hablan que el milagro de la Eucaristía es que de un cáliz se derrama sangre y que un corporal o un mantel del altar esté bañado en sangre. Esa manera tan popular es una desvirtualización del milagro de la Eucaristía. Y, pensar, que es lo que todo el mundo piensa cuando se habla del milagro de la Eucaristía, en un sentido milagrero. Toda la Biblia está en función de la Eucaristía. Toda la vida de Cristo está en función de la Eucaristía, para lo que nos deja su palabra y su vida, muriendo en la cruz, y perpetuando ese su sacrificio, a través del ministerio de la Iglesia, a la que le encomienda la tarea de conmemorar su última cena, con la asistencia y tarea del Espíritu Santo. Si a los evangelios le quitamos el sacrificio de Jesus en la cruz, y la institución de la Eucaristía, dejan de ser Sagradas Escrituras, y se nos convierte en un libro de cuentos. Toda la vida y mensaje de Jesús, el Cristo, está en función de la Eucaristía. Y, toda actividad de la Iglesia, como obra y acción del Espíritu Santo, está en función de la Eucaristía. Si a la Iglesia le quitamos la Eucaristía, entonces, pasaría a ser una asociación o un club. Y, ya no sería sacramento del Hijo. Y, sería un total fracaso humano.


            Pedrito preguntón y Juancito reilón ya se estaban comiendo cada uno su empanada de pollo, donde María la de la esquina, que hacía unas empanadas para chuparse los dedos.

            Las empanadas ese domingo estaban costando diez bolivares más.

            Y, eso era carestía. El precio de las cosas y de la inflación.

             Mamá Carmen estaba contenta. Sus dos muchachitos, además de ser hermosos e inteligentes, tenían muy buen apetito. Y, esa mañana, también competirían en quien comería más empanadas. Y , a abuela, mamá Carmen, eso también le daba alegría, aun cuando quedase debiendo la diferencia del nuevo costo de las empanadas, pues no había metido en su monedero, sino lo justo, como los domingos pasados.


            A María la de la esquina, que hacía unas empanadas para chuparse los dedos, le gustaba ver la desenvoltura de aquellos dos nietos de mamá Carmen. Sobre todo por su apetito…y agradecía que, gracias a la Eucaristía de ese y todos los domingos, ella podía ver el milagro de aumentar sus ganancias muy bien merecidas por la carestía de la inflación del momento…. Y, veía en ello, un milagro de la Eucaristía.

 


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